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El anillo de nudo era el único tesoro que Lena había heredado de su abuela. Cuando era una niña, su abuela le puso la sortija en el dedo y le dijo: «Este nudo no tiene principio ni fin, como el amor que nos une». Años más tarde, Lena se mudó lejos para estudiar. La distancia la hizo sentir sola. Un día, mientras se preparaba para un examen importante, la ansiedad la invadió. Miró el anillo en su mano, lo acarició y sintió el nudo. En ese momento, recordó las palabras de su abuela. No estaba sola, el amor y la sabiduría de su familia la acompañaban, entrelazados en el metal. Con la fuerza que le dio ese recuerdo, Lena se calmó. El anillo era un recordatorio silencioso de que los lazos verdaderos nunca se rompen, no importa la distancia. Y con esa certeza, pudo concentrarse y superar su desafío.
Latón
Baño de plata y oxido.